Sentarse a meditar es regresar a casa y poner nuestra atención en cuidar de nosotros mismos. Nos sentamos derechos, relajados, y regresamos a la respiración. Ponemos toda la atención en aquello que está dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Dejamos que se haga espacio en nuestra mente, que nuestro corazón se vuelva más amable y bondadoso. El fin de la meditación sentada es disfrutar, no intentes alcanzar nada.
La meditación sentada es sanadora. Tan solo estamos ahí con aquello que tenemos en nuestro interior: nuestro dolor, ira, irritación, o nuestra alegría, amor y paz. Estamos ahí con ello sin dejar que nos arrastre. Lo dejamos venir, quedarse, partir. No apartamos ni oprimimos esos pensamientos o fingimos que no están ahí. Observa los pensamientos e imágenes de la mente con una actitud amable, amorosa. Tenemos la oportunidad de permanecer tranquilos, en calma, a pesar de las tormentas interiores.
Si sentimos dolor o molestia en las piernas o pies durante la meditación sentada, podemos modificar la posición con discreción. Para no perder la concentración, seguimos atentos a la respiración y cambiamos de postura despacio, con atención. Al final de la meditación sentada, nos tomamos unos minutos para para dar un masaje a las piernas y los pies antes de ponernos de pie.