Siempre que caminemos, podemos practicar la meditación, es decir, sabemos que estamos caminando. Caminamos por el hecho de caminar. Caminamos libres, sólidos, sin prisas. Estamos presentes en cada paso.
Caminar así no debería ser un privilegio. Deberíamos poder hacerlo en todo momento. Mira a tu alrededor, contempla la inmensidad de la vida, los árboles, las nubes blancas y el cielo infinito. Escucha los pájaros. Siente la fresca brisa. La vida nos rodea, estamos vivos, sanos, podemos caminar en paz.
Caminemos como personas libres, sintamos cómo nuestros pasos se hacen más ligeros. Disfrutemos de cada paso. Cada paso nos nutre, nos sana. Al caminar, estampamos nuestra gratitud y amor sobre la tierra.
Mientras caminamos, podemos recitar un gatha, y damos dos o tres pasos con cada inspiración y expiración:
Inspiro, «He llegado,»
espiro, «estoy en casa.»
Inspiro, «EN el aquí,»
espiro, «en el ahora.»
Inspiro, «Soy sólido,»
espiro, «soy libre.»
Inspiro, «En mí mismo,»
espiro, «me refugio.»
Cuando caminamos en grupo, con otras personas que nos acompañan en la práctica, podemos sentir la energía del grupo. Caminar juntos de manera consciente nos nutre y nos sana, nos ayuda a sentir la conexión que existe entre todo, el InterSer. Nos podemos sentir como gotas de un mismo río. La meditación caminando puede ser una fuente de alegría, bien estar, paz. Incluso en nuestro día a día, si caminamos, aunque vayamos solos, de manera consciente, sintiendo nuestra respiración, nuestro cuerpo, nuestros pasos… con nuestra mente anclada en ese momento presente, disfrutando de cada instante, sanaremos todo nuestro ser, y podremos sentir la plenitud y la paz en nuestro interior.